En la era de la digitalización, a menudo se habla de los “nativos digitales”, una etiqueta que supone que los niños y adolescentes, por haber nacido rodeados de tecnología, poseen de manera inherente las habilidades necesarias para navegar en el entorno digital. Sin embargo, esta percepción es profundamente errónea. La familiaridad con las pantallas no equivale a un entendimiento crítico ni a un uso consciente y seguro de la tecnología.
El reciente informe del Comité de Personas Expertas sobre entornos digitales y menores, del cual tuve el honor de formar parte, señala con claridad la necesidad de transcender esta idea simplista. Los riesgos asociados al uso intensivo y desregulado de la tecnología en menores —como la adicción, la exposición a contenidos nocivos y la mercantilización de sus datos— evidencian que no basta con «nacer digital». Es imperativo educar a las nuevas generaciones para que no solo sean consumidores pasivos de tecnología, sino ciudadanos digitales activos y críticos.
Los peligros de la falsa competencia digital
El término “nativo digital” puede fomentar una peligrosa complacencia tanto en padres como en educadores. La facilidad con la que los menores interactúan con dispositivos tecnológicos oculta las carencias en competencias digitales esenciales: identificar noticias falsas, gestionar la privacidad de sus datos o reconocer patrones oscuros diseñados para capturar su atención. Sin estas habilidades, los menores quedan vulnerables a riesgos éticos, sociales y de salud mental en el entorno digital.
Un ejemplo preocupante es el impacto de las redes sociales en la autoestima y el desarrollo emocional de los adolescentes, exacerbado por algoritmos que promueven la interacción constante y el contenido altamente emotivo. Sin una formación adecuada, estos jóvenes se convierten en víctimas de un sistema diseñado para maximizar el tiempo de uso, no para proteger su bienestar.
De consumidores a ciudadanos: el papel de la educación crítica
En el actual entorno digital, no basta con que niños y adolescentes sepan utilizar dispositivos tecnológicos; es esencial que desarrollen competencias críticas que les permitan entender, cuestionar y gestionar de manera consciente su interacción con la tecnología. Este enfoque educativo debe centrarse en dotar a los menores de herramientas para navegar de forma segura, ética y responsable en un mundo digital cada vez más complejo.
Una educación crítica comienza con la comprensión de la economía digital. Es crucial que los jóvenes reconozcan cómo sus datos personales se convierten en moneda de cambio dentro de un modelo económico basado en la mercantilización de la información. Con este conocimiento, no solo serán capaces de proteger su privacidad, sino también de exigir mayor transparencia y ética en el uso de sus datos.
Además, enseñar a los menores a evaluar la credibilidad de la información es una tarea fundamental. Vivimos en una era donde la desinformación prolifera y donde la capacidad de distinguir entre hechos, opiniones y publicidad es una competencia esencial para participar activamente en la sociedad digital.
Por otro lado, fomentar una relación saludable con la tecnología implica ayudar a los jóvenes a identificar patrones adictivos que muchas plataformas digitales utilizan intencionadamente. Aprender a establecer límites en el uso de dispositivos no solo es una cuestión de bienestar personal, sino también de preservar la capacidad de concentración, creatividad y conexión emocional en sus relaciones cotidianas.
En este contexto, la educación crítica no solo busca formar consumidores conscientes, sino ciudadanos digitales responsables. Proveer a las nuevas generaciones con estas habilidades les permitirá no solo adaptarse al mundo digital, sino también transformarlo para que sea más inclusivo, seguro y ético. Este cambio cultural empieza en las aulas, pero necesita del compromiso de toda la sociedad para garantizar que la tecnología esté verdaderamente al servicio de las personas.
La inteligencia artificial como aliada educativa
Como investigador en inteligencia artificial, estoy convencido de que la tecnología puede desempeñar un papel clave en esta transformación educativa. Los sistemas de inteligencia artificial pueden personalizar el aprendizaje, ayudar a identificar riesgos en tiempo real y proporcionar herramientas para que los menores naveguen de forma segura en el entorno digital.
Por ejemplo, pueden diseñarse algoritmos para detectar y mitigar el impacto del ciberacoso, alertar sobre contenido inapropiado y fomentar experiencias digitales enriquecedoras y educativas. Sin embargo, el diseño y la implementación de estas herramientas deben estar guiados por principios éticos que prioricen el interés superior del menor, garantizando que la tecnología sea un medio de empoderamiento y no de explotación.
Un llamado a la acción colectiva
La formación en competencias digitales críticas no es responsabilidad exclusiva de las escuelas; requiere una acción concertada entre familias, instituciones educativas, gobiernos y la industria tecnológica. Mientras las familias necesitan herramientas para acompañar a sus hijos en el mundo digital, los gobiernos deben garantizar un marco regulatorio que proteja a los menores de prácticas abusivas. Al mismo tiempo, la industria tecnológica tiene la obligación ética de rediseñar sus productos para fomentar un uso saludable.
No basta con restringir el acceso a pantallas o prohibir dispositivos; debemos preparar a los menores para enfrentarse a los desafíos de un entorno digital en constante cambio. Esto implica proporcionarles las herramientas necesarias para que participen activamente en la sociedad digital, ejerzan sus derechos y tomen decisiones informadas y responsables.
El paso de “nativos digitales” a “ciudadanos digitales” no es solo una aspiración educativa; es una necesidad urgente para garantizar el desarrollo integral de las próximas generaciones. Como sociedad, debemos reconocer que el verdadero progreso no radica en adoptar la tecnología sin cuestionarla, sino en aprender a convivir con ella de manera consciente y ética.
El informe del Comité de Personas Expertas marca un hito en este camino, ofreciendo una hoja de ruta para proteger a la infancia y adolescencia en el entorno digital. Ahora nos corresponde a todos, desde nuestras respectivas áreas de influencia, hacer de esta visión una realidad tangible y duradera.
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Antoni Mestre Gastón
Miembro del Comité de Expertos del Ministerio de Juventud e Infancia